Diversos factores explican las diferencias de las encuestas entre sí y con los resultados electorales
Lejos de demonizar los estudios de opinión, haríamos bien en aprender a leerlos
La Nación publica hoy la última de una serie de encuestas diseñadas para medir las inclinaciones del electorado frente a las ofertas políticas de los aspirantes presidenciales y los candidatos a diputado. Es la última porque las recientes reformas electorales conservaron la vieja prohibición de difundir encuestas en los días previos a las elecciones.
La encuesta publicada hoy no es una predicción de lo que ocurrirá el domingo, sino una medición de la opinión pública durante los días del trabajo de campo. Para producir el resultado, los encuestadores aplican cuidadosos procedimientos estadísticos al diseño de una muestra representativa de la totalidad de los electores. Ese método permite una aproximación muy confiable a las opiniones de la totalidad.
Es imposible consultar a todos los ciudadanos, pero las 1322 entrevistas personales necesarias para acercarse a la opinión general exigen días de trabajo de campo. Luego viene la labor de procesar los datos y, finalmente, darles forma periodística para publicarlos. Hay, pues, una distancia temporal entre las entrevistas y la difusión de los sondeos.
Entre una y otra cosa pueden surgir acontecimientos capaces de producir variaciones significativas. No tienen por qué ser dramáticos o extraordinarios: la simple toma de decisión de los electores que se declararon indecisos cuando el encuestador preguntó por sus preferencias, añade al caudal electoral un afluente potencialmente transformador. En los últimos procesos electorales de Costa Rica, este factor cobra especial importancia, porque hasta una tercera parte de los electores se deciden en la última semana de la campaña y muchos de ellos, el propio día de la elección.
Para leer bien las encuestas, lo primero es fijarse, entonces, en las fechas del trabajo de campo y no tanto en la fecha de la publicación. Luego, es necesario entender que la encuesta misma declara, según las prácticas desarrolladas por la estadística, un nivel de confianza y un margen de error. El nivel de confianza es la probabilidad de que la muestra represente bien a la totalidad del electorado. La encuesta publicada hoy tiene un nivel de confianza del 95%, es decir, hay un 5% de posibilidades de que los resultados varíen en relación con un censo de la totalidad de la población. A contrario sensu hay un 95% de probabilidades de que el resultado se corresponda mucho (no exactamente) con los puntos de vista de la ciudadanía en el momento de ejecutarse el trabajo de campo.
El margen de error, por su parte, responde a la variabilidad de la población y el tamaño de la muestra. Si quisiéramos explorar la opinión de los sacerdotes jesuitas sobre el aborto, la muestra podría estar constituida por uno solo de ellos, porque todos comparten una condición basada en la comunión de principios sobre determinados temas, incluyendo la vida humana. Si quisiéramos conocer su opinión sobre los candidatos presidenciales, la muestra tendría que ser mayor, según el número de jesuitas residentes en el país. Como la población de jesuitas es pequeña, podríamos aspirar a una muestra conformada por la totalidad, en cuyo caso estaríamos haciendo un censo, y si todos contestaran con sinceridad, tendríamos un margen de error de cero.
El problema se plantea cuando aspiramos a conocer las inclinaciones sobre una diversidad de temas de un universo conformado por numerosos individuos diferentes entre sí, como son los electores costarricenses. Es fácil entender que, si entrevistáramos a uno y él respondiera sinceramente, solo conoceríamos la opinión de ese individuo. Por otra parte, es imposible consultarlos a todos. Por eso es necesario entrevistar a una muestra calculada con base en la totalidad de la población, conformada por diferentes estratos socioeconómicos, niveles educativos, sexo, lugares de residencia, edades y otros factores, cada uno de los cuales debe estar representado proporcionalmente en la muestra.
Es fácil comprender, entonces, que mientras más grande sea la muestra, menor será el margen de error, pero ninguna muestra, salvo que esté compuesta por la totalidad de los individuos, puede eliminar las variaciones propias de la diversidad de los encuestados. A eso se debe la existencia del margen de error y el hecho de que sea distinto en diferentes encuestas.
El margen de error de la encuesta publicada hoy es del 3,2% en cuanto a la intención de voto presidencial, pero es importante reconocer que la variación en los datos puede darse hacia arriba o hacia abajo. En otras palabras, si un candidato registra un 40% de preferencias, es perfectamente posible que su verdadera base esté entre 36,8% y 43,2%. Para leer bien las encuestas, es necesario entender la existencia de ese rango de 6,4 puntos, en nuestro caso, y de más o menos según la muestra utilizada en otras encuestas.
Estos factores explican las diferencias de las encuestas entre sí y con los resultados electorales. A pesar de este grado de incertidumbre, las encuestas son un instrumento indispensable en las ciencias sociales desde los años 40 y sus aplicaciones políticas, mercadotécnicas y gubernamentales son invaluables en el mundo. En Costa Rica existe una absurda tendencia a demonizarlas a partir de dos falsos postulados. El primero consiste en desvirtuar el sentido de los sondeos de opinión para representarlos como instrumentos de predicción. El segundo es afirmar que influyen en la decisión del electorado, cuando los mejores estudios técnicos descartan un efecto significativo.
El país no debe negarse al empleo de métodos tan útiles y aceptados, cuya importancia trasciende en mucho la sola medición de preferencias electorales. La Nación los utiliza, por ejemplo, para explorar las principales preocupaciones de los ciudadanos y medir su satisfacción con los gobernantes e instituciones. En este sentido, las encuestas son un mecanismo de control político y orientación de la acción gubernamental. En suma, son un instrumento de participación ciudadana, sin el cual es difícil concebir la democracia moderna. Lejos de demonizar las encuestas, haríamos bien en aprender a leerlas.
Fuente: La Nación. 03 de febrero, 2010