Los partidos se han fortalecido, pero aún tienen mucho que cambiar y hacer.
Por razones distintas, el PAC y el PUSC enfrentan los mayores desafíos.
La situación de los partidos políticos nacionales, dibujada por los resultados de la encuesta Unimer-La Nación que publicamos ayer, muestra una serie de facetas de gran interés. Algunas son inquietantes; otras, esperanzadoras, y hay también preguntas abiertas, que solo podrán responderse a mediano y largo plazo.
La mejor noticia es que la simpatía hacia ellos ha crecido sustancialmente desde la medición anterior, realizada en setiembre del 2007. Entonces, un 45% de los encuestados dijo no simpatizar con ninguno; ahora, esa cifra se ha reducido en 17 puntos porcentuales, para llegar a un tercio del electorado, lo cual sugiere un proceso de reconciliación de los ciudadanos con esas instituciones, que son clave para el ejercicio pleno de la democracia representativa. La gran pregunta es si estamos ante una tendencia o ante una simple mejora de coyuntura.
Es posible responder que, en la medida en que los costarricenses veamos que los partidos se convierten en instrumentos de cambio positivo, iniciativas oportunas y decisiones adecuadas, lograrán mayores adhesiones. Con ellas, nuestro proceso democrático se fortalecerá. Pero, si no cumplen tales tareas y son incapaces de reflejar las inquietudes ciudadanas y actuar responsablemente, será muy difícil que haya nuevas mejoras.
Al ver cómo se distribuyen las simpatías por cada partido, queda claramente establecido que aquellos que son percibidos como obstruccionistas, que no se han depurado plenamente tras sonados casos de corrupción, o que mantienen posiciones ideológicas muy rígidas, enfrentan grandes barreras frente a los ciudadanos. Es el caso, en el mismo orden, de Acción Ciudadana (PAC), Unidad Social Cristiana (PUSC) y Movimiento Libertario (ML). El primero, tras su exitoso desempeño en las elecciones del 2006, apenas tiene ahora un 13% de simpatías, mejor que en setiembre, pero siempre en un nivel muy bajo. Su debilidad es tan manifiesta, que el PUSC lo supera en cuatro puntos. Sin embargo, que la Unidad, un partido con tanta trayectoria, se encuentre en tan bajo nivel, indica cuánto lo golpearon los escándalos de corrupción, y lo poco que ha avanzado para reponerse. El ML, por su parte, no asciende desde sus números homeopáticos, resultado, probablemente, de que es percibido como dogmático y obstruccionista.
Liberación Nacional (PLN), en cambio, ha logrado llegar a niveles de simpatías históricamente normales (35%), sin duda arrastrado por la buena imagen del Gobierno, pero también porque la población lo considera como una agrupación que sabe hacer mejor las cosas.
Los liberacionistas tienen razones de sobra para sentirse satisfechos, y es importante que al menos un partido sirva como eje del sistema. Sin embargo, también es fundamental que se desarrollen otras opciones democráticas serias, con capacidad para gobernar, adecuado sentido de dirección, buenos planes y actitud constructiva.
Tras el derrumbe del PUSC, el PAC estuvo muy cerca de cuajar como alternativa, pero su errático desempeño se lo ha impedido hasta ahora. Tampoco se vislumbra que los socialcristianos puedan, efectivamente, reconstituirse en una fuerza suficientemente importante.
En este momento, el futuro de ambos grupos –y, en mayor medida, de los libertarios, dado su reducidísimo caudal— es una enorme interrogante. Aún están a tiempo de tomar las medidas para remontar los obstáculos que ellos mismos crearon, o las aberraciones que no supieron exorcizar a tiempo, pero también podrían quedarse como segundones o tercerones muy lejanos.
Visto en relación con esta realidad, el acuerdo multipartidista alcanzado el martes en la Asamblea Legislativa, para ampliar las sesiones y avanzar tanto en la agenda de implementación del TLC como en otros proyectos, es una buena señal. Pero, como dice el refrán, “una golondrina no hace verano”. Por esto, debe haber muchas más señales de trabajo responsable, capacidad programática, transparencia y disposición al diálogo. Es algo que toca a todos, pero que, especialmente, necesitan los grupos más débiles. Porque, dichosamente, el electorado lo exige.
Fuente: La Nación. 27 de marzo, 2008