Unimer realizó un trabajo profesional, y La Nación interpretó los datos con rigor
Un discreto mea culpa, y cualquier periodista se da por rehabilitado para sumarse al lincha-miento de los encuestadores.
Atrás quedaron los días de la campaña electoral, cuando esperábamos con avidez las últimas cifras para engalanar nuestras ediciones. Los «analistas», que hasta hace poco comentaban circunspectos las tendencias y variantes señaladas por los sondeos, hoy se unen a la crítica, y alguno exhibe sin pudor su ignorancia al proclamar la muerte de la «metodología tradicional».
La tormenta se anuncia implacable. Peligrosas corrientes de opinión pública, turbulentas como la pasión política y audaces como la ignorancia, exigen tirar a los encuestadores por la borda.
No me sumaría al linchamiento aunque los encuestadores contratados por La Nación se hubieran equivocado. En ese caso, explicaría a la opinión pública los motivos de la equivocación y asumiría la parte de responsabilidad que me corresponde, como me tocó hacerlo una vez en el pasado.
Nunca objeté la contratación de nuestros encuestadores. Participé con ellos en el análisis de los datos y soy uno de los principales responsables del planteamiento periodístico de las informaciones publicadas.
Lo declaro a los cuatro vientos, en abierto desafío a los promotores del linchamiento, de cuyas injurias y verdades a medias paso a defenderme, ahora que tomo partido por los linchados.
Hace ocho años pasé el trance de reconocer un error en la publicación de una encuesta. Hoy tengo la tarea, mucho más grata, de reivindicar un acierto. El 2 de febrero, La Nación publicó el último estudio de Unimer para esta campaña electoral. Como lo advierte la publicación, el trabajo de campo se hizo entre el 27 y el 31 de enero.
Desempeño profesional. Para beneficio de algunos analistas políticos, conviene aclarar que la realidad estudiada es la de esos días y no la del 5 de febrero, porque esta todavía estaba en el futuro.
Unimer detectó una fuerte tendencia al cierre de la brecha entre Óscar Arias y Ottón Solís. Así lo informó La Nación, cuya edición del 2 de febrero no es obstáculo para que otros mientan, pero a mí no me deja mentir.
Dijo La Nación que el 42,6% de los votantes se inclinaba por Óscar Arias. Una semana o más después de recabados los datos, el 40,6% de los electores emitió sufragio a favor del candidato liberacionista. La cifra está dentro del margen de error de 3,6% y le sobra un punto.
Con el margen de error, Arias podía tener, en el momento de la encuesta, un apoyo tan bajo como el 39% y tan alto como el 46,2%. Para quienes creen que las encuestas predicen el futuro, la precisión debe resultar asombrosa.
La encuesta también detectó una tendencia a la reducción del abstencionismo en relación con otros estudios hechos en el transcurso de la campaña.
Con datos recabados más de una semana antes de las elecciones, Unimer ubicó el «abstencionismo probable» en 38,2%. El domingo siguiente, un 34,4% de los votantes se abstuvo de ir a las urnas.
El dato difiere, por centésimas, del margen de error declarado por una encuesta hecha más de una semana antes. De nuevo, los aficionados a la clarividencia deberían declararse satisfechos.
De los 57 nuevos diputados, La Nación no concedió posibilidades a uno, el del Partido Accesibilidad sin Exclusión. Todos los demás están entre los considerados elegibles de conformidad con la encuesta, y ninguna bancada se salió, en cuanto al número de diputados, de los rangos calculados con base en el estudio.
La encuesta no «predijo», y en esto defraudamos a los supersticiosos, que don Ottón Solís obtendría cerca del 40,3% de los votos. El dato del estudio fue de 31,5%, con un margen de error del 3,6%, que ubicaba a don Ottón en un rango de entre 27,9% y 35,1% de las intenciones de voto. La realidad evolucionó, durante más de una semana, hasta apartarse en cinco puntos del extremo superior de ese rango.
Verdades confirmadas. La encuesta no pronosticó el desenlace porque ese no es su cometido. Esta afirmación vale para los datos que terminaron pareciéndose mucho al resultado y también para la votación que finalmente obtuvo Solís. La función de la encuesta es retratar la realidad de un momento determinado y señalar tendencias. A poco más de una semana de las elecciones, Unimer cumplió a la perfección ese cometido.
Con base en los datos de la encuesta, La Nación afirmó, en la edición del 2 de febrero, las siguientes verdades que el tiempo se encargó de confirmar:
* «Solís acorta ventaja de Arias».
* «Indecisos se inclinan más por el candidato de Acción Ciudadana».
* «Leve baja en número de abstencionistas».
* «La encuesta evidencia cambios en la preferencia electoral que enfatizan la volatilidad de la decisión».
* «Según Unimer, este clima es muy diferente a lo sucedido en la mayoría de elecciones anteriores, cuando, a estas alturas, los resultados evidenciaban mayor seguridad en la intención de voto».
La encuesta indicó que la opinión pública estaba cambiando con rapidez desde el último estudio de Unimer, realizado entre el 15 y el 23 de enero. Por eso dijimos: «El respaldo a Solís entre los votantes probables subió en una semana del 26,3% al 31,5%. En cambio, el apoyo a Arias se redujo de 49,6% a 42,6%». No podíamos decir cuánto más disminuiría el respaldo a Arias ni cuánto subiría el de Solís en la semana que le restaba a la campaña, pero sí dimos cuenta de que la distancia entre ellos se acortó en más de la mitad. Señalamos la tendencia y mostramos sus dramáticas cifras hasta donde podíamos conocerlas. Lo demás es labor de clarividentes.
Por estas buenas razones y por otras muy valederas, no cuenten conmigo para el linchamiento, aunque con eso peque en el imaginario popular y deje pasar la tabla de salvación que se pelean tantos oportunistas. Ya se me hizo tarde para dejar a mis hijas fortuna. Ojalá aprecien algún día lo que hay de herencia en un artículo como este.
Fuente: La Nación. 09 de febrero, 2006