Entre el 24 y el 30 de enero, Unimer hizo las entrevistas de la última encuesta publicada por La Nación antes de las elecciones. Procesados los datos, el resultado circuló en la edición del 3 de febrero, fecha límite marcada por ley para la divulgación de sondeos electorales. Datos de la empresa revelan que la tercera parte del electorado decidió el voto durante la semana previa a los comicios y un 10% lo hizo el propio día de la votación.
¿Cómo consiguió Unimer aproximarse tanto al resultado final si la tercera parte del electorado seguía indeciso al concluir el trabajo de campo? La pregunta pesa en el ambiente. Antes de los comicios, algunos críticos dijeron que la exclusión de los indecisos inflaba el apoyo a todos los candidatos y ocultaba la posibilidad de una segunda ronda electoral.
A partir de los datos recabados, Unimer calculó la probabilidad de una segunda ronda en apenas el 20%; pero ¿cómo hacerlo sin conocer las inclinaciones de uno de cada tres electores? Los críticos no se limitaron a señalar el problema y más bien pronosticaron, con toda seguridad, la inminencia de una segunda vuelta. “Yo me atrevería a decir que vamos a ir a segunda ronda, dependiendo de la cantidad de gente que salga a votar. Si el abstencionismo es de 35% o menor no me cabe duda de que habrá segunda ronda”, dijo una analista en una publicación de Internet. El resultado, según la misma fuente, “será muy estrecho” entre doña Laura Chinchilla y don Ottón Solís.
El abstencionismo estuvo por debajo del 35% –como lo había señalado la encuesta–, no hubo segunda ronda y la diferencia entre doña Laura y don Ottón fue amplia. Unimer mostró con acierto las tendencias y sus críticos erraron. Pero sigue pendiente la pregunta sobre la exclusión de la tercera parte del electorado.
La respuesta es sencilla: la encuesta no excluyó a los indecisos y a quienes no quisieron revelar su decisión de voto. Al finalizar el cuestionario, los de Unimer entregaron a los entrevistados una papeleta con el ruego de marcar el candidato de sus preferencias o el que estuviera más cerca de conquistar su voto. Resultó que solo el 7% de los indecisos –no del electorado– estaban aún tan llenos de duda como para no marcar la papeleta y dejarla en blanco. El 93% de los indecisos no lo eran tanto.
Una encuesta puede limitarse a constatar los porcentajes de electores decididos y, también, el de indecisos. Esos datos, sin más, arrojan un cálculo de suma 7 en lugar de suma 10, para utilizar la expresión de otro crítico y, parafraseándolo, desinflan los resultados de todos los partidos hasta el punto de tentar un erróneo pronóstico de segunda ronda.
Fuente: La Nación