El voluntariado constituye uno de los aportes más eficaces para el cambio social.
El voluntariado ofrece una oportunidad incomparable de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Una de las lecciones más provechosas derivadas del sismo del 8 de enero pasado, en medio del dolor, la muerte y la destrucción, fue comprobar el vigoroso espíritu de solidaridad y de generosidad del pueblo de Costa Rica. La encuesta de Unimer, para La Nación, que hemos venido desglosando en estas semanas, así lo comprobó.
El 72% de los encuestados envió víveres, dinero y otros bienes a los damnificados, o bien participó como voluntario en la zona afectada. El porcentaje tan elevado es elocuente y dice mucho de nuestro pueblo. Conviene, entonces, documentarlo en nuestro capital social y en el sentido de humanidad y de solidaridad del país no solo como dato estadístico, sino como dimensión personal y social que es preciso alimentar, fortalecer y aprovechar. El volumen de bondad, si cabe hablar así, de nuestro pueblo aventaja en forma admirable las manifestaciones contrarias.
Este dato revela, a la vez, que el país posee una poderosa riqueza humana, espontánea y generosa, para combatir lo que se le opone en el camino de su desarrollo económico y social. Estas manifestaciones de solidaridad o de voluntariado las exhiben diversas actividades y sectores del país en el orden privado. Posiblemente, el más numeroso y experimentado se palpe, por su tradición y su expansión, en todos los pueblos del país en el marco de acción de la Iglesia Católica alrededor de las parroquias. Esta labor es continua, en el campo doctrinario y social, y cobra especial brillo en las festividades religiosas. El mismo espíritu se palpa en otros grupos religiosos.
La Cruz Roja y el Cuerpo de Bomberos han logrado captar la admiración y el agradecimiento del país en este campo. Y sería tarea interminable enumerar los grupos que se han organizado en el país para ayudar a la gente más necesitada. El deporte, por su parte, ha podido subsistir y hasta conquistar lauros, en sus diversas modalidades, gracias al trabajo sacrificado y silencioso de muchas personas privadas. El déficit, más bien, ha correspondido al Estado. La educación pública se ha beneficiado, asimismo, del voluntariado, aunque, en este campo, la contribución podría ser mucho mayor si se toma en cuenta el número de padres de familia, de pensionados y de profesionales.
¿Cómo hacer para que el voluntariado no funcione solo coyunturalmente, sino sistemática e institucionalmente, de tal suerte que la gente tenga información sobre las oportunidades existentes y sobre las posibilidades de colaborar? A este tema nos referimos en pasados editoriales. Una de sus concreciones fue el comentario, el lunes anterior, de Marta E. Blanco, directora del Programa Costa Rica Multilingüe, en un artículo intitulado “Voluntariado, un regalo para nuestro futuro”, a partir del comentario de Bernardo Kliksberg, asesor del PNUUD y colaborador de la Página Quince de La Nación , sobre el impacto del voluntariado en los cambios sociales. El programa multilingüe citado tiene como objetivo que los estudiantes de secundaria graduados en un plazo de 10 años, hablen inglés conforme a un nivel de intermedio a avanzado.
Un fuerte contingente de voluntarios extranjeros participan ya en este visionario programa en la enseñanza del inglés. El camino y el reto están abiertos también para nacionales y extranjeros en inglés y otros idiomas. Donar tiempo y educación representa un servicio incomparable, cuyas semillas se convertirán en una gran floración. Hemos hecho hincapié en este programa como muestra de las grandes oportunidades y posibilidades que brinda el voluntariado en todos los órdenes. Las peroratas y lamentaciones sobre la justicia social, la lucha contra la pobreza, la participación y la brecha social encuentran en el voluntariado una forma directa y fecunda de expresión y, sobre todo, de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. No hay pretextos.
Fuente: La Nación. 21 de febrero, 2009