El momento parece propicio para presumir de las encuestas que “predijeron” el amplio margen de victoria de doña Laura Chinchilla en la convención liberacionista del domingo pasado. Sería un ejercicio inútil y el desperdicio de una oportunidad para insistir sobre el verdadero carácter y valor de estos instrumentos de investigación social.
Los sondeos de opinión no “predicen” nada. Retratan el estado de situación del momento en que se hicieron las entrevistas. Entre ese instante y el día de los comicios –o el momento de la próxima encuesta– las opiniones pueden variar en virtud de circunstancias diversas.
Es imposible decir, con certeza, si en esta oportunidad no hubo variación en los días siguientes a la encuesta o si los números oscilaron durante ese plazo hasta ubicarse, finalmente, en un resultado electoral cercano a los resultados de la encuesta. Para decirlo con seguridad habrían sido necesarios estudios adicionales, ejecutados en el ínterin. Es importante reconocerlo para no perpetuar la superstición conducente a asemejar las encuestas con la mítica bola de cristal. Por eso, en lugar de presumir de los resultados, prefiero reiterar lo escrito el 9 de febrero del 2006, cuando tirios y troyanos reclamaban la supuesta distancia entre las encuestas y el resultado en las urnas: “La encuesta no pronosticó el desenlace porque ese no es su cometido… La función de la encuesta es retratar la realidad de un momento determinado y señalar tendencias.”
Esa función quedó fielmente cumplida, como lo escribí en aquella época: “La encuesta indicó que la opinión pública estaba cambiando con rapidez desde el último estudio de Unimer, realizado entre el 15 y el 23 de enero. Por eso dijimos: ‘El respaldo a Solís entre los votantes probables subió en una semana del 26,3% al 31,5%. En cambio, el apoyo a Arias se redujo de 49,6% a 42,6%’. No podíamos decir cuánto más disminuiría el respaldo a Arias ni cuánto subiría el de Solís en la semana que le restaba a la campaña, pero sí dimos cuenta de que la distancia entre ellos se acortó en más de la mitad. Señalamos la tendencia y mostramos sus dramáticas cifras hasta donde podíamos conocerlas. Lo demás es labor de clarividentes.”
Lo que fue cierto entonces, lo es ahora que el resultado parece atribuirle a don Carlos Paniagua, nuestro encuestador, cualidades de adivino que él sería el primero en rechazar.
El cabal entendimiento de la función y utilidad de las encuestas es una tarea pendiente en Costa Rica, donde el debate político mal encauzado se ha prestado para crear confusiones.
Fuente: La Nación. 14 de junio, 2009